Ellas se preocuparon. Ellas aparecieron en mi casa, atragantadas por la risa, mientras sujetaban un enorme bizcochón de chocolate. Ellas, nada más abrirles la puerta, me abrazaron muy, muy fuerte. Me cogieron de la mano. Me escucharon mientras yo les relataba mi historia. Me abrazaron de nuevo. A algunas las pille con la mirada rota en mil pedazos, a otras, en cambio, sonriéndome transmitiéndome la seguridad que me hacía tanta falta en ese momento. Ellas me llenaron la despensa de chocolate antidepresivo. Chocolate con leche, del que a mí me gusta. Ellas me cogieron y me pusieron la música a todo volumen y bailaron conmigo en mi pequeña habitación haciéndome sentir estúpida pero feliz al mismo tiempo. Ellas me quitaron esas ganas de romper a llorar rememorando viejos videos que pasarán sin duda a la historia. Ellas son mi otro motivo para sonreír, para bailar hasta quedarme sin oxígeno en el cuerpo. Ellas me quitarán las lágrimas y me aconsejarán con lo que es mejor para mí, aunque no sea lo que quiero oír en ese momento. Es que ellas son…ellas. Mi familia. Las personas a las que no puedo abandonar. Son mis niñas y no, no me alejaré de ellas, NUNCA…
Y sí, las quiero y las querré SIEMPRE…